Las personas somos naturalmente propensas a fijarnos en lo negativo, en las crisis. Se trata de una característica evolutiva que, a lo largo de la historia, ha servido para aumentar las probabilidades de supervivencia de los seres humanos. Ahora, pensemos en la situación del mundo: una pandemia global aún activa, incendios forestales, inundaciones, sequías que anuncian que el clima va a peor a nivel mundial y una brecha socioeconómica que no deja de ensancharse y en la cual el 1 % de la población acumula la mitad de la riqueza. Podría sonar a novela distópica, pero no es otra cosa que el año 2021 en este planeta.
No tan deprisa. Lo cierto es que si los humanos intentásemos ignorar esa negatividad evolutiva, veríamos aparecer un escenario diferente: las reuniones de los líderes mundiales para cumplir promesas climáticas, las mejoras económicas para los asalariados con retribuciones más bajas en países como Estados Unidos y España, la llegada de la inversión de impacto y según criterios ASG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo), la explosión de innovaciones en tecnologías con bajas emisiones de carbono… Si observamos de forma objetiva la situación mundial, veremos que existe un esfuerzo colectivo por abordar los desafíos que nos afectan como sociedad.
Además, los líderes empresariales han comenzado a reconocer la necesidad de tomar medidas, al expandir su perspectiva en cuestión de responsabilidad corporativa y aprovechar tecnologías y estrategias de finanzas sostenibles para virar el rumbo. Y están tomando decisiones que no solo aumentarán sus beneficios, sino que también ayudarán a crear un futuro mejor.
Esto viene impulsado, en parte, por un cambio cultural en las expectativas que se tienen en el sector privado. Los líderes se enfrentan a una nueva tendencia entre los clientes que exigen más acciones a favor del planeta y las personas. Los consumidores obligan a que se den estos cambios a golpe de cartera. Los empleados eligen empleos en organizaciones que dan prioridad a la diversidad y son conscientes de su impacto medioambiental. Y los inversores también están optando por empresas que se preocupan por la sostenibilidad. En general, se está exhortando a un mundo corporativo más responsable y consciente de sus actos, y las empresas comienzan a honrar el desafío.
Si lo que queremos es tomar medidas ambientales efectivas, la arquitectura, la ingeniería, la construcción y la fabricación son sectores perfectos por los que empezar:
La construcción comprende el 13% del PIB mundial y utiliza más de la mitad (PDF, p. 7) de todas las materias primas extraídas en el planeta.
El 40 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero se le atribuye al entorno edificado.
El uso de energía industrial contribuye al 2% de las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que, solo en Estados Unidos, la fabricación es responsable de 1300 millones de toneladas métricas del dióxido de carbono que se arroja a la atmósfera.
Queda un largo camino por recorrer tras la llegada de la pandemia del covid-19, y con él, una transformación digital acelerada al mismo tiempo que una oportunidad de reflexión para las empresas. La conclusión a la que han llegado es que nada volverá a ser como antes. Este es un momento ideal para que los sectores de la fabricación y de la arquitectura, ingeniería y construcción se embarquen de una vez por todas en esta transformación digital y aprovechen herramientas digitales para obtener resultados más sostenibles que permitan un mundo más igualitario. Para tener un impacto real, las empresas tienen que ir más allá de “evitar daños”: tienen que dar soluciones. Esto supondrá un esfuerzo colectivo liderado por las personas y a bordo de la tecnología, algo que estos sectores están empezando a ver como toma forma, objetivamente hablando.