En el debate actual sobre el cambio climático, ambos extremos están dominados por el ruido: unos afirman que no hay nada de qué preocuparse; otros, que la Tierra será destruida antes de 2050. Ninguna de estas posturas es muy constructiva; tanto la negación como el miedo nos conducen al pánico, a la rabia y a las acusaciones mutuas, pero no aportan soluciones. El debate ya no consiste en si el cambio climático es real o no, sino en decidir qué debemos hacer y cuándo.
Para los que crecimos en los años 70, esto no es nada nuevo. En aquellos años se extendió el pánico a la polución y la superpoblación, y también el miedo y la negación se alimentaban mutuamente.
Algunos creían que la polución no representaba ningún problema, que no hacía falta cambiar nada. En el extremo opuesto, algunas películas y libros de esa época anticipaban el desastre, como Cuando el destino nos alcance, Naves misteriosas, Contaminación o La bomba P. presagiaban que moriríamos asfixiados por la polución y que la superpoblación nos llevaría a la hambruna y el canibalismo. Una vez superado el pánico inicial, los protagonistas lograban digerir la situación (perdón por el chiste malo), pensar con tranquilidad y tomar medidas más pragmáticas.
De hecho, la sociedad real también tomó medidas, tanto políticas (en Estados Unidos, la Ley para la Calidad del Aire y la Ley para la Calidad de las Aguas; en Europa, el Programa de Acción en Materia de Medioambiente), como en materia de innovación (nuevas técnicas para controlar la contaminación en las centrales eléctricas y en el sector alimentario, que han debido abastecer a casi al doble de población en todo el mundo) y de infraestructuras (mayor inversión en transporte público).
¿Bastaron para evitar los crecientes problemas climáticos de hoy? Evidentemente, no; aunque muchas personas se dieron por satisfechas. Hoy en día, eso no es una opción.
Sin embargo, en lugar de atemorizar a la población con vaticinios apocalípticos que provocan la llamada “ecoansiedad” en los ciudadanos y los conminan a adoptar algunos hábitos que no solucionan el problema y, además, tienen consecuencias imprevistas, lo más aconsejable es aprobar normativas firmes, continuar con la innovación tecnológica e invertir con decisión en infraestructuras energéticas. Estas medidas sí tienen potencial de cambio y pueden conciliar puntos de vista dispares.