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Una luz solar australiana combate la pobreza energética donde más cuenta

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Uno de los tipos de pobreza más difíciles de erradicar no es ni el hambre ni la escasez de trabajo: es la falta de electricidad, también conocida como pobreza energética. En todo el mundo, alrededor de una de cada cinco personas tiene acceso limitado o inexistente a una red eléctrica, situación que obliga a quemar queroseno o combustibles fósiles para iluminar cuando se va el sol: una práctica que produce 190 millones de toneladas de CO2 al año.

“La pobreza energética es una de las peores”, declara Johnathan Lamb, director de diseño y desarrollo de SolarBuddy, una empresa australiana sin ánimo de lucro que se esfuerza por llevar la luz allá donde más falta hace. “Hay más de 700 millones de personas en el mundo que se ven abocadas a la oscuridad cuando cae la noche, y a menudo dependen de formas perjudiciales de energía, como el queroseno. Estas familias pueden llegar a gastar hasta 40 % de sus ingresos en iluminación y combustible para cocinar, cosa que no hace más que alimentar el ciclo de pobreza. La lucha contra la pobreza energética es una lucha contra el ciclo de pobreza en sí, y supone un paso crucial hacia un mundo más justo y sostenible”.

Una distribución de SolarBuddy en Camboya en 2018. Foto de Jitnapa Phommaha, gentileza de SolarBuddy.
 
Niños de la aldea flotante de Prek Toal, en Camboya, con sus luces SolarBuddy. Foto de Jitnapa Phommaha, gentileza de SolarBuddy.
 
Una distribución de SolarBuddy en Papúa Nueva Guinea, 2019. Gentileza de SolarBuddy.
 
La sección asiática de FCM Travel Solutions se asoció con SolarBuddy en 2018 para emprender la misión de iluminar las noches de 450 niños, incluido este grupo en la escuela primaria Khneas de Siem Reap, Camboya. Foto de Jitnapa Phommaha, gentileza de SolarBuddy.

La pobreza energética tiene un impacto desproporcionado en los más pequeños. Los niños de economías emergentes están expuestos al mismo humo tóxico, problemas respiratorios y quemaduras que los adultos (4,3 millones de personas mueren al año por la contaminación del aire en el hogar), pero, además, la falta de acceso a luz adecuada también reduce su tiempo de estudio, con el efecto que esto tiene en su educación.

Que se haga la luz

Lamb y sus compañeros quieren poner fin a todo esto. ¿La solución de SolarBuddy? Una sencilla lámpara portátil que puede durar hasta una década, acompañando a cada niño o niña a lo largo de todo su periodo escolar.

Con sede en Brisbane, Australia, y presencia en Estados Unidos, Reino Unido, India y Vanuatu, nación insular del Pacífico, la empresa nació en 2011 cuando Simon Doble, inventor y emprendedor de impacto social, leyó en la revista Time que más de mil millones de personas viven sin una iluminación segura y estable (y el Banco Mundial lo corrobora). Lamb, diseñador industrial de formación, se incorporó en 2018.

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La distribución en la aldea flotante de Prek Toal, Camboya, en abril de 2019. Foto de Jitnapa Phommaha, gentileza de SolarBuddy.

SolarBuddy ha distribuido 125 000 luces entre los niños de Papúa Nueva Guinea, Camboya, Zimbabue y la República Dominicana, y muchas otras han ido a parar a Vanuatu, India, Timor, Tailandia, Birmania, Nepal, Tíbet y muchos países africanos. Y las luces están haciendo bien su trabajo: un estudio de SolarBuddy en Papúa Nueva Guinea reveló que los escolares estudiaban un 78 % más de tiempo con las lámparas solares. Además, retienen más información, sacan mejores notas y han visto mejorada su salud y bienestar.

Sin embargo, según Lamb, uno de los principales desafíos contra la pobreza energética es que se trata de un problema desconocido por la mayoría: ”Debemos educar y crear conciencia. En nuestros programas de Eventos y Educación, todo el mundo, desde los estudiantes hasta [los empleados de] la empresa puede montar las lámparas y escribir cartas para los niños que viven con pobreza energética, que luego las recibirán”.

Niñas con SolarBuddy en una escuela de Camboya, 2018. Foto de Jitnapa Phommaha, gentileza de SolarBuddy.
 
Los niños de las tierras altas del sur de Papúa Nueva Guinea, de celebración con sus luces SolarBuddy. Gentileza de SolarBuddy.
 
Un niño estudia con SolarBuddy, Madagascar, 2018. Foto de Tiam.co, gentileza de SolarBuddy.

En 2019, SolarBuddy atrajo la atención de la Autodesk Foundation, que organizó un equipo para ayudar a la empresa a extender su alcance. Así, más de 3000 empleados de Autodesk se afanaron en ensamblar el producto estrella de SolarBuddy. Autodesk también facilitó el software para refinar los diseños del producto, aprovechando el conocimiento especializado con el que cuenta en diversas disciplinas profesionales. Así es como se han facilitado siete millones de horas de estudio iluminado a los niños.

Lo bueno, en formato pequeño

A la vanguardia de los productos SolarBuddy se encuentra JuniorBuddy, una versión a prueba de todo, duradera, resistente al agua, fácil de montar y perfecta para los niños. La JuniorBuddy ha de ser adaptable también. Muchas regiones clasifican el litio como un producto peligroso, con lo cual JuniorBuddy necesita un montaje que permita el uso de distintas tecnologías de batería con la misma carcasa para adaptarse a mercados diferentes.

El diseño original del modelo es de 2016; la nueva actualización está orientada a incrementar al máximo el impacto social del producto. Según Lamb, “el nuevo diseño reducirá el tiempo necesario para realizar el control de calidad y mejorará el aspecto electrónico, así que son más longevas y fáciles de usar. También queríamos que fuera más versátil, de modo que tuviera otras aplicaciones, especialmente en situaciones de emergencia. Cuando ayudamos con los incendios forestales de Australia y con el ciclón Harold de Vanuatu vimos lo bien que podían venir”.

El ahorro de materiales y costos era otra de las prioridades. El nuevo diseño dio como resultado una innovación en el embalaje, que hace las veces de sistema de filtración y transporte de agua. Previo a su producción, el equipo utilizó Moldflow Insight de Autodesk para realizar una simulación virtual del proceso de fabricación y así optimizar el nuevo diseño de cara a reducir el costo de los componentes y los defectos de fabricación.

Colaboración virtual

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Simon Doble, fundador de SolarBuddy, y otros miembros del equipo distribuyen luces en Sudáfrica como parte de un evento de 2018. Gentileza de SolarBuddy.

La colaboración era un elemento importante que tener en cuenta cuando el equipo reconstruyó JuniorBuddy desde cero. El flujo de trabajo y el diseño tenían que ser independientes de la ubicación. En un mundo asolado por la pandemia, el proceso tuvo que ser íntegramente online y a menudo en tiempo real, a veces entre compañeros que estaban acostumbrados a trabajar juntos en una oficina o en un estudio.

Algunos componentes de JuniorBuddy, como las placas base, pasaron por rediseñados e iteraciones en Fusion 360 de Autodesk, en el que los ingenieros podían someterlas a simulaciones rigurosas y ensayos virtuales, prototipar componentes y enviarlos a impresoras 3D para confirmar su rendimiento en el mundo real.

SolarBuddy colabora con escuelas y empresas de todo el mundo para montar las luces, que después se transportan donde hacen falta. Tanto estudiantes como benefactores pueden seguir en contacto con los niños a los que han ayudado, enviándose cartas y noticias.

A quienes vivimos en los países ricos de Occidente, la antigua batalla por conquistar las tinieblas de la noche podrá parecernos algo de lo que ya se encargaron los pioneros Thomas Edison y Nikola Tesla cuando nuestros bisabuelos eran pequeños. Puede ser impactante darse cuenta de la falta que hace la iluminación, aún hoy, en tantas partes del mundo. Pero para eso está SolarBuddy, que, como en el poema de Dylan Thomas, rabia, rabia contra la muerte de la luz.

Acerca de

De pequeño, Drew Turney quería cambiar el mundo, aunque luego comprendió que era más fácil informar sobre quienes lo consiguen. Escribe sobre tecnología, cine, ciencia, libros y mucho más.

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